Por: Martha Beatriz Roque Cabello
Sin dejar de referirnos a la forma en que se ha tratado de tergiversar la historia, se continúan haciendo relatos de cosas que en algún momento han sido olvidadas, porque no han quedado escritas, sólo aquellos que las vivimos, las llevamos grabadas en la memoria y es importante que podamos trasladarlas a los que no las conocen.
Varias generaciones de cubanos, ya tienen una visión equivocada de la república democrática, incluso el 20 de mayo dejó de ser Fiesta Nacional. Sin embargo las estadísticas muestran que entre 1902 y 1958, nuestro país estaba situado entre los tres más avanzados de América Latina e incluso se encontraba en algunos indicadores por encima de grandes naciones del Viejo Continente, como España e Italia. (foto Barrio El Vedado en la década de 1950)
Los cubanos en ese período eran trabajadores y mantenían un alto espíritu empresarial resultando ser excelentes hombres de negocios.
Entretanto, muchos años se consideró la cifra de veinte mil muertos durante el gobierno de Fulgencio Batista, pero nunca se lograron relacionar, por lo tanto la cifra no se pudo sustentar, igual sucede con el número de analfabetos, que ascendía al 16% de la población y no al 49% como se consignó.
De forma inhumana, injusta, ilegal y también antidemocrática, se pueden catalogar los juicios celebrados a los batistianos; los que fueron detenidos, juzgados y ejecutados masivamente en menos de 24 horas, a pesar que reconocieron que los mayores implicados huyeron del país. Pero un caso notorio, fue el juicio de los pilotos sancionados después de haber sido absueltos, el cual llevó al suicidio al capitán Félix Pena.
Al igual que han continuado haciendo, los juicios no guardaban la menor relación con lo que es un debido proceso, ni con un verdadero derecho a la defensa.
Aunque el gobierno totalitario ahora insiste en culpar intentos parecidos en cualquier lugar del mundo, su arribo al poder quedó signado por un feroz ajuste de cuentas y también por la forma en que se incitaba a odiar al pueblo, el que pedía, en las concentraciones públicas, estos fusilamientos, gritando: ¡Paredón!