Fui a entrevistar a la líder opositora un miércoles, día maldito para la Red de Comunicadores Comunitarios
Traté de ignorarlos y seguí. La puerta estaba cerrada con llave.
-¿Adónde va usted?
-¿Quién pregunta?
El hombre, con acento oriental, respondió mientras ponía frente a mis ojos un carnet con las siglas en rojo: DSE.
-Departamento de Seguridad del Estado, mija-, dijo con esa poca profesionalidad que una no imagina.
No aclaró de qué iba todo aquello. Me volvió a hacer la pregunta inicial y le dije que iba a ver a Marta Beatriz Roque.
Tomó mi identificación y me condujo dentro del edificio. Llamó a uno de sus secuaces, un hombre de raza negra, como de dos metros de altura y más de 50 años, a quién llamó “brigadista”. Y le dijo: -mantenla ahí, que no puede subir a ver a Marta Beatriz.
Un termo de café en uno de los peldaños de la amplia escalinata delataba la complicidad de algunos vecinos con la policía política. Dos mujeres de uniforme aparecieron en escena. A una de ellas, el “brigadista” encargó que me vigilara.
Intenté averiguar qué había pasado con los muchachos de la Red de Comunicadores, que debían reunirse como cada miércoles en la casa de Martha Beatriz, directora del grupo. La respuesta se podía suponer, pero conseguir una declaración de las autoridades siempre es lo más difícil. No obtuve ninguna.
Desde el 19 de noviembre pasado comenzó el bloqueo policial en torno a Roque Cabello y al grupo de reporteros comunitarios que desde sus localidades, en 9 provincias, informan de hechos que afectan la vida de los cubanos de a pie: derrumbes, desalojos, desastres en la atención médica y la seguridad social. Ausentes todos esos testimonios de los medios masivos oficiales, monopolizados por el Estado.
En total, los miembros de la Red suman 127. Tienen un denominador común: no temen; al menos esta situación no logra paralizarlos. Han conseguido que la gente cuente sus historias con nombre, apellidos ¡y foto! A veces hasta con dirección particular.
Tienen un boletín titulado Redecilla que se publica cada quince días. Redecilla se imprime y distribuye clandestinamente dentro de Cuba.
Otros sitios digitales como Cubanet, MartíNoticias, Diario de Cuba, Misceláneas de Cuba y Primavera Digital publican sus notas. Han servido a otros reporteros independientes para identificar noticias de interés.
Justamente, había ido hasta allí para escribir sobre el boicot, los ataques físicos, actos de repudio, detenciones arbitrarias contra ellos; perpetrados por la policía política con la colaboración de algunos vecinos del edificio. Lo único que podía hacer era intentar obtener más información.
Volví a preguntar por los miembros de la Red a la mujer con uniforme de policía.
-¿Están detenidos?
-No sé. No te puedo explicar.
-¿Puedo hacer una llamada telefónica?
-No.
Le pregunté si no tenía dudas de estar haciendo lo correcto.
-¿Usted me va a convencer a mí de que lo que está haciendo Marta Beatriz está bien?- me preguntó.
Me pareció que dudaba.
-¿Qué usted cree que hace Marta Beatriz? No vaya a ser que le hayan explicado mal- dije a cuenta y riesgo.
No obtuve respuesta. Pasé a explicarle que el periodismo ciudadano es un derecho amparado por la Declaración Universal de Derechos Humanos, y por si no le resultaba familiar el documento, le dije que en el mundo civilizado cualquier persona puede expresar sus opiniones, incluso contrarias a la política oficial y no ser molestado por ello. Mucho menos por la policía, encargada de velar por la tranquilidad y libertad ciudadanas.
Me mandó a callar. Se armó un escándalo que hizo que la segunda mujer policía bajara las escaleras. Hasta el momento, había permanecido en el descanso obviamente para impedir que Martha Beatriz saliera de su casa. Las dos policías y yo discutíamos levantando la voz, cuando vimos a Martha Beatriz tomar fotos en el descanso de la escalera. Una de las mujeres corrió tras ella, saltándose los escalones. Chilló: -¡Estúpida, métete en la casa y no saques ni la cabeza!
Abrían la puerta cada vez que entraba o salía algún vecino. Lo terrorífico era ver cómo los inquilinos saludaban a los policías o pasaban de largo.
Eso me hizo pensar que, efectivamente, no tendríamos que esperar a ser mayoría para obtener un reconocimiento constitucional.
Al cabo de aproximadamente 30 minutos, me llevaron hasta un carro patrulla. Al llegar al semáforo de Calzada del Cerro y Rancho Boyeros, me entregaron el carnet de identidad y entendí que podía irme a casa, cuando la misma mujer policía que discutió conmigo me dijo entre dientes:
-Libraste hoy.
Al llegar a mi casa llamé a Martha Beatriz. Me contó que ese día habían detenido a 16 personas en la puerta de su casa; 15 comunicadores sociales, además de una servidora. Pero aquéllos fueron liberados en lugares tan distantes como la autopista “La Monumental”, o el municipio Caimito, en la antigua provincia Habana (hoy Mayabeque). A mí me dejaron, no sé por qué, en la esquina de mi casa.