De la Mesa de Trabajo de Martha Beatriz Roque -Doc. Nº 141-Julio de 2008
Pedro Argüelles Morán (75), prisión de Canaleta, Ciego de Ávila.
Cuando el 18 y el 19 de marzo del 2003 un numeroso grupo de luchadores civilistas y comunicadores sociales, fuimos secuestrados como rehenes por la policía política del régimen cubano y sometidos a sumarísimos juicios, condenados a severas sanciones; a mí a 20 años, recluidos en ergástulas a cientos de kilómetros de nuestros hogares, en condiciones infrahumanas y con un abusivo calendario de visitas familiares y conyugales.
Uno de los objetivos que perseguía la intolerancia castrista era el de doblegarnos, hacernos desistir de nuestro legítimo derecho a disentir; a ejercer el sagrado derecho a la libertad de expresión y el auténtico derecho a pensar con cabeza propia. Derechos que son inherentes a la dignidad de la persona humana.
Y, según la mentalidad del represor, estaban dadas las condiciones propicias para someternos a todo un proceso de aniquilamiento material y sicológico; y así, irnos rindiendo en nuestras convicciones y compromisos trascendentes con los derechos y libertades fundamentales, teniendo muy presente, la enorme campaña mediática en contra nuestra, utilizando denigrantes descalificaciones; pretendiendo hacernos aparecer ante la opinión pública nacional e internacional, como las peores escorias sociales y por lo tanto, no teníamos ningún derecho a convivir en el seno de la “paradisiaca” sociedad socialista cubana. Donde mejor debíamos estar era precisamente en la antesala del infierno, que es -por supuesto- el pululante y hacinado sistema penitenciario castrista.
Pero, cuando uno está plenamente convencido de sus ideas y principios rectores en su actuar ante la vida, y además es consecuente con los entrañables compromisos de esos indestructibles valores humanos, generando actitudes muy sólidas y coherentes con su forma de pensar y actuar, y ha asumido los riesgos y sacrificios que sus convicciones conlleva, y tiene la inquebrantable voluntad de no traicionar a sus ideales y de actuar conforme a lo que considera que es correcto y necesario; tanto en lo personal como con el bien común. Y por encima de todo esto uno es honesto y tiene profundamente arraigado su código ético por lo que es incapaz de traicionarse a sí mismo, entonces tienes la fuerza y la entereza suficientes para no claudicar ante los tratos crueles, inhumanos y degradantes, que la brutal maquinaria represiva del régimen totalitario castrista, mantiene funcionando de manera sistemática e institucional, para depauperar la condición humana y convertirte en no persona, capaz, solo de aplaudir, dar loas al máximo líder, participar en marchas, movilizaciones, actos de repudio, delaciones y en todo aquello que te ordene que hagas.
Esto es porque para el régimen castrista el individuo tiene que estar –exclusivamente- en función de los omnímodos intereses del Estado Comunista, y contra viento y marea ya llevamos 64 meses encarcelados. Aunque los rigores de las inhumanas cárceles, han causado sus estragos físicos, aquí estamos más convencidos y comprometidos con la enaltecedora y dignificante lucha pacífica por el respeto irrestricto de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Mediante ella alcanzaremos la tan sufrida y sacrificada transición democrática hacia el genuino estado de derecho, en una nueva Patria que sea “de todos, con todos y para el bien de todos” y donde también se cumpla la máxima del benemérito de las Américas, Don Benito Juárez: “El respeto al derecho ajeno es la paz”.
Pedro Argüelles Morán (75), prisión de Canaleta, Ciego de Ávila.
Cuando el 18 y el 19 de marzo del 2003 un numeroso grupo de luchadores civilistas y comunicadores sociales, fuimos secuestrados como rehenes por la policía política del régimen cubano y sometidos a sumarísimos juicios, condenados a severas sanciones; a mí a 20 años, recluidos en ergástulas a cientos de kilómetros de nuestros hogares, en condiciones infrahumanas y con un abusivo calendario de visitas familiares y conyugales.
Uno de los objetivos que perseguía la intolerancia castrista era el de doblegarnos, hacernos desistir de nuestro legítimo derecho a disentir; a ejercer el sagrado derecho a la libertad de expresión y el auténtico derecho a pensar con cabeza propia. Derechos que son inherentes a la dignidad de la persona humana.
Y, según la mentalidad del represor, estaban dadas las condiciones propicias para someternos a todo un proceso de aniquilamiento material y sicológico; y así, irnos rindiendo en nuestras convicciones y compromisos trascendentes con los derechos y libertades fundamentales, teniendo muy presente, la enorme campaña mediática en contra nuestra, utilizando denigrantes descalificaciones; pretendiendo hacernos aparecer ante la opinión pública nacional e internacional, como las peores escorias sociales y por lo tanto, no teníamos ningún derecho a convivir en el seno de la “paradisiaca” sociedad socialista cubana. Donde mejor debíamos estar era precisamente en la antesala del infierno, que es -por supuesto- el pululante y hacinado sistema penitenciario castrista.
Pero, cuando uno está plenamente convencido de sus ideas y principios rectores en su actuar ante la vida, y además es consecuente con los entrañables compromisos de esos indestructibles valores humanos, generando actitudes muy sólidas y coherentes con su forma de pensar y actuar, y ha asumido los riesgos y sacrificios que sus convicciones conlleva, y tiene la inquebrantable voluntad de no traicionar a sus ideales y de actuar conforme a lo que considera que es correcto y necesario; tanto en lo personal como con el bien común. Y por encima de todo esto uno es honesto y tiene profundamente arraigado su código ético por lo que es incapaz de traicionarse a sí mismo, entonces tienes la fuerza y la entereza suficientes para no claudicar ante los tratos crueles, inhumanos y degradantes, que la brutal maquinaria represiva del régimen totalitario castrista, mantiene funcionando de manera sistemática e institucional, para depauperar la condición humana y convertirte en no persona, capaz, solo de aplaudir, dar loas al máximo líder, participar en marchas, movilizaciones, actos de repudio, delaciones y en todo aquello que te ordene que hagas.
Esto es porque para el régimen castrista el individuo tiene que estar –exclusivamente- en función de los omnímodos intereses del Estado Comunista, y contra viento y marea ya llevamos 64 meses encarcelados. Aunque los rigores de las inhumanas cárceles, han causado sus estragos físicos, aquí estamos más convencidos y comprometidos con la enaltecedora y dignificante lucha pacífica por el respeto irrestricto de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Mediante ella alcanzaremos la tan sufrida y sacrificada transición democrática hacia el genuino estado de derecho, en una nueva Patria que sea “de todos, con todos y para el bien de todos” y donde también se cumpla la máxima del benemérito de las Américas, Don Benito Juárez: “El respeto al derecho ajeno es la paz”.