Miércoles, Julio 10, 2013
Por Martha Beatriz Roque Cabello
LA HABANA, Cuba, julio, www.cubanet.org -Lo que narro a continuación forma parte de un diálogo que sostuve con un matrimonio amigo cuya identidad me reservo, por razones obvias:
El jueves 27 de junio, sobre las 3 de la tarde, entramos en La Época, una conocida tienda que vende en divisas, ubicada en Neptuno y Galiano. La tienda, aunque abierta, está en reparaciones, no funciona el aire acondicionado, las escalares eléctricas están desarmadas y en todos los pisos hay paquetes de mercancías y estantes regados. Como íbamos acompañados de una persona mayor, intentamos subir por el elevador, pero un empleado nos dijo: “de los dos que hay, uno está roto y el otro solo se utiliza para carga.
Llegamos al cuarto piso por las escaleras, no sin antes haber hecho una parada para ir al baño, pero el servicio tenía un cartel señalando que estaba en reparaciones, aunque nadie reparaba nada allí. Buscamos el departamento de artículos del hogar, que regularmente vende velas, pero su acceso estaba limitado por paquetes y mostradores. Le preguntamos a un empleado, que al parecer era el único que en esos momentos hacía algo, pues el resto se echaba aire con cartones, desesperadamente. Contestó que no sabía para qué piso habían trasladado esa sección, pero que nos recomendaba que fuéramos a otra tienda, a La Filosofía o a un bazar en la calle Águila.
Cuando bajábamos para irnos, mi esposa quiso entrar en la peletería, 3 dependientas conversaban sentadas cerca de la puerta de entrada del almacén y una expresó algo difícil de olvidar: “el día que yo trabajo me tengo que gastar dos dólares en chucherías para la niña”. ¿Cómo puede una persona que –como parte del salario promedio nacional- gana unos 20 cuc mensuales, gastar esa cantidad cada día que trabaja?
En la calle aledaña a la tienda estaban varias revendedoras de pañales desechables de todas las tallas, calentadores de agua, tirantes de silicona y delineador, entre otros artículos que solamente son (o deben ser) suministrados a las tiendas estatales. ¿Hay policías en la zona? Desde luego que sí, muchos. ¿Y qué hacen? No se dan por enterados.
Cruzamos la calle y nos dirigimos a la tienda La Filosofía. Mi esposa compró un desodorante y después de habérselo cobrado, la dependiente le dijo que no tenía bolsa de nylon (jabita) para envolvérselo, por lo que le dio el comprobante para que saliera con el artículo en la mano. Sin embargo, enfrente estaban 3 particulares vendiendo las mismas jabas que en el comercio no pudieron ofrecer y que se supone van dentro del valor del producto .
Más adelante, entramos en la tienda Talla Extra, pero la dependienta dijo estaba cerrada. Explicó que le habían mandado a hacer un inventario y que no podía con las dos cosas a la vez, por eso cerraba, y concluyó literalmente: “gústele a quien le guste y pésele a quien le pese”.
En fin, durante un simple recorrido de media hora, el matrimonio amigo pudo constatar una serie de violaciones que están ante los ojos de cualquiera: indisciplinas, falta de ética de los empleados, robo, venta ilícita, etc… Pero la Contraloría General de la República y otros organismos de carácter nacional y local, disponen de miles de inspectores y auditores. La policía ve a un ciudadano en la calle con un paquete y se lo decomisa. Entonces, ¿cómo es posible que estas cosas ocurran?
¿Será acaso que al régimen le conviene ese estado de cosas, porque mientras la gente esté preocupada con problemas tales como ¿qué vendo?, ¿qué robo?, ¿qué me llevo a la boca para alimentarme?, ¿qué zapatos me pongo?…, no tendrá el empoderamiento imprescindible para exigir los cambios y las libertades que necesita el país?